Esta es la
crónica de un trabajo que fue un placer; una capacitación que hicimos con
Santiago Soto en bodega Fernando Dupont, ubicada en Maimará, a 2500 m .s.n.m., provincia de Jujuy.
Es la historia
de sus vinos, del lugar, de su “savoir faire”, de la gente que lo rodea y el
valor que entrega a la región. De lo difícil que es hacer vinos aquí.
Partimos de
mañana, muy temprano, y al cabo de unas horas los cerros verdes se
transformaron en amarillos, marrones y grises.
El Río Grande,
extremadamente ancho que en esta época del año no lleva mucho agua, corre
siempre a la derecha nuestra. Lo cruzamos de lado a lado para arribar a
destino.
Cuando llegamos
a la bodega Fernando sale a recibirnos como si nos conociera de antes… ¿será
que el vino nos une de una forma extraña?
Con enorme
amabilidad nos enseña su casa, abre su corazón y nos permite adentrarnos en su
vida.
– ¡Llegan justo para el almuerzo!...nosotros ya arrancamos.
Es el momento
propicio para presentarnos a Amelia, su mujer, quien lo secunda en la actividad
y es pilar fundamental del proyecto.
Las milanesas
que descansan en el cuenco de madera están riquísimas…
Comienza a
fluir la primera de las largas charlas que tendría con Fernando, ¿y quién es el
protagonista del encuentro?... el vino,
¡por supuesto!
– Estamos bebiendo un Punta Corral 2011 –me dice–, el color me impacta por lo
profundo; la nariz del corte de Malbec,
Carbernet y Syrah es armoniosa y excelente. Buena fruta roja madura y una carga
de especias lo destacan como un buen vino de altura. En boca está perfecto… con
la potencia del terruño… mineral, ¡potente pero elegante!
Las milanesas
se acaban. La ensalada con verduras propias de la huerta orgánica que ellos
mismos mantienen desaparecen de los platos. La charla sigue y sigue. Después, a
dormir un rato la siesta y a recorrer los viñedos… se viene la segunda clase.
Dos horitas
pasaron y salimos a caminar por el lugar. Nos advierte que llevemos campera o buzo;
miro al cielo… son las 5 de la tarde y hay sol… si lo dice es por algo… llevo
mi abrigo.
Primero la
bodega. Repasamos todo el proceso, desde la planta a la botella. Sólo 17000 (en
total) salen desde aquí al mundo. Nos invita a beber de barricas las tres cepas
que cultiva en su proyecto. Cometemos el error de probar primero el Syrah, luego el Malbec y por último el Cabernet.
Lo del Syrah es algo de otro mundo… tremenda
nariz que tiene de todo, fruta, especias, madera, bouquet, minerales… en la
boca es una seda, está todo lo anterior presente y más, acidez, taninos suaves,
carácter, alcohol justo… ¡¿cómo no vinifica este Syrah como varietal?! La respuesta es austera, “me lo
dijeron varios ya… no sé… es para el corte de mis vinos, le da la fuerza y el
nervio que necesito. Ya veremos”. No puedo convencerlo… tiene bien afirmadas
sus convicciones.
El Malbec y el Cabernet están de lujo también, pero después de ese Syrah no hay retorno.
Ahora, el
viñedo.
En cuanto nos
encaminamos por las filas entre las plantas, nos cuenta que la distancia entre
ellas es de apenas 1,30
metros , la mitad que en otros lugares, y que por ello no
se utiliza maquinaria para la cosecha ;
tampoco entrarían por las piedras que dominan el terreno, y es que se le están
ganando a la montaña las pocas laderas que ofrece.
Nos explica
todo, lo bueno y lo malo del viento constante, los agujeros que debe hacer cada
tanto al costado de las plantas para controlar la humedad que llega, el
complicado sistema de extracción del agua que deposita en tres diferentes
tanques australianos para que el sol la energice y luego, por gravedad, hacer
el riego por goteo… es un profesor en el aula de un colegio.
Lo de la
campera no estaba de más, compruebo con mi piel la amplitud térmica del lugar;
el termómetro cae rápidamente y todavía hay rayos de sol.
Volvemos
cansados de andar, bah, nosotros, que no estamos acostumbrados, y es que
caminar por ahí es como llevar una mochila de peso extra sobre los hombros.
Ahora, a
repasar conceptos para la charla de mañana y luego la cena.
En el salón
principal de la casa nos acomodamos para mandar unos mails gracias al wi-fi que
nos mete de nuevo en el mundo real, por un momento nomás, no quiero más que
eso.
Amelia nos
invita a pasar al comedor a vivir una nueva experiencia gastronómica, una
simple carne al horno con verduras grilladas. ¿Puede algo tan simple ser tan
rico? ¿O es que el lugar, el momento y la gente lo hacen más delicioso? Creo
que hay un poco de los dos.
Para la
ocasión, Fernando nos ofrece elegir la añada de Pasacana, el ícono de la
bodega; le tengo fe al 2008. No me equivoco, está increíble… profundo color
rojo violáceo, perfecta integración de madera, fruta y especias; está ahumado,
chocolatoso, redondo. Hasta ahora no nos dimos cuenta del alcohol de “los vinos
de la quebrada”, como le gusta llamarlos a su creador; éste tampoco es la
excepción, no se lo percibe por tan buen equilibrio, está súper integrado al
cuerpo del vino.
Qué buena cena
y qué buenas anécdotas de vida. Cada uno a su habitación, y mañana, a capacitar
a la gente… ¿no vinimos a eso?
De 7 a 14, entre preparativos y
acciones se va la primera jornada del curso. Las empanadas son testigos de lo buena
que estuvo la reunión. Doce concurrentes nos agradecen que nos hayamos llegado
hasta allí para hablar del servicio del vino y la sommellerie. Todavía nos
queda otro día de trabajo, el más fuerte, el sábado.
Un fugaz paseo
por el pueblo de Purmamarca y de vuelta a la bodega, ya de noche.
Sorprendemos a
Amelia amasando fideos, esos fideos gruesos que esperarías a que sea domingo
para poder disfrutarlos sin culpa. Nos malcría, no sabe que corre el riesgo de que
no nos vayamos más del lugar.
La cena, nuevamente,
nos reúne en torno a la mesa; esta vez la sobremesa es extensa; la vida y sus
caprichos son el tema destacado. Amelia, cansada, nos deja solos. Lo que
quedaba del Pasacana de la noche
anterior está en mi copa, testigo de lo que nos cuenta Fernando sobre sus años
vividos, proyectos, sueños, finales. Lo escuchamos atentos, compartimos sus
ideas, aprendemos de su experiencia. Pocos, creo, han visto y escuchado lo que
nos mostró desde su corazón. Sé cómo terminará su vida. Él me lo dijo.
Nuevamente suena
el reloj a las 6,30 indicando el último día de la capacitación. Esta vez asisten
unas 20 personas que nos regalan charlas y preguntas de todo tipo. “Es un
éxito”, “salió buenísima”, dice Fernando.
Con las
empanadas de rigor, ensayamos un maridaje con el último vino que hace Dupont en
Maimará, el Rosa de Maimará. Fiel al estilo, es corte de Malbec, Syrah y Cabernet. En
nariz sorprende por la carga aromática de frutos rojos ácidos como frutilla y
cereza; también se identifica muy bien la manzana roja.
Cuando se lo
bebe, se percibe con un cuerpo que no es común a un rosado, y es que tiene
14,5% de alcohol no intuido gracias a la acidez tensa que lo sostiene. Fresco,
amable, rico. La madera le da un sutil toque, casi imperceptible. Creo que es
el que más me sorprendió de los tres vinos de esta bodega.
Todo final
llega… todo termina alguna vez… y así como vinimos nos tenemos que ir.
¡Qué tipo
Fernando!, mi mentor lo llamó “gentleman”… ¡tiene razón!
Mientras nos
vamos, pienso, sueño despierto… allá lo veo a Fernando subiendo cerros,
gastando suelas entre piedras y cardones con Pasacanas*. Lleva las llamas al
alto, las cuida, se pierde y vuelve. Encontró su vida. Él sabe de lo que hablo.
Silvio Martinelli
Sommelier
*Pasacana: Flor del cardón (foto)
Buenísimo el relato, Silvio. Dan ganas de estar ahí!
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